Promesas
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(1) Les daré todas las gracias necesarias en su estado de vida. (2) Estableceré la paz en sus hogares. (3) Los consolaré en todas sus aflicciones. (4) Seré su refugio en su vida y sobre todo en la muerte. (5) Bendeciré grandemente todas sus empresas. (6) Los pecadores encontrarán en Mi Corazón la fuente y el océano infinito de misericordia. (7) Las almas tibias crecerán en fervor.(8) Las almas fervorosas alcanzarán mayor perfección.(9) Bendeciré el hogar o sitio donde esté expuesto Mi Corazón y sea honrado.(10) Daré a los sacerdotes el don de tocar a los corazones que son más empedernidos. (11) Los que propaguen esta devoción, tendrán sus nombres escritos en Mi Corazón, y de El, nunca serán borrados. (12) Nueve primeros viernes: Yo les prometo, en el exceso de la infinita misericordia de mi Corazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán, en desgracia ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último momento.
Las Verdaderas promesas del Sagrado Corazon a Santa Margarita Maria
Según el autor Jean Ladame, en el libro titulado “La Sainte de Paray Marguerite-Marie” capítulo 19. Si todo cristiano por el bautismo, llega a ser como Juan Bautista “el Profeta del Dios altísimo” el santo más que ningún otro es llamado a hablar en nombre del Señor, a recordar al mundo sus designios y sus exigencias. Toda santidad es ya un mensaje de Dios a los hombres, pero su expresión puede llegar a sé más explícita, si el Espíritu Santo hace anunciar por sus elegidos las intenciones divinas, si El, les manifiesta el futuro, y les hace despertar en los corazones la Fe y el Amor. Por las revelaciones de las “grandes apariciones”, Margarita María llegó a ser la portavoz del Salvador. Mientras ella viva, esta misión se prolongará y durante los últimos años de su existencia, nuestra Santa continuará más que nunca a ser la mensajera de la Caridad Infinita que quiere obrar la salvación de las almas.
Las Promesas
Fue en el año 1685 que la mística recibió del Corazón de Jesús las primeras promesas en número de cuatro. Margarita María comunicó el 24 de agosto a la Madre Saumaise y, en la misma época a la Madre Greyfié. He aquí lo que ella escribe a esta última: “El Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, me hace continuos favores. Él me ha gratificado con una visita que me es extremamente favorable. Él me ha confirmado que el gusto que tiene de ser amado, conocido y honrado por las criaturas, es tan grande, que si yo no me equivoco, Él me ha prometido:
1. Que todas aquellos, que les sean entregados y consagrados no perecerán jamás.
2. Como Él es la fuente de todas las bendiciones, El las derramará con abundancia en todos los lugares donde sea expuesta y honrada la imagen de su Divino Corazón.
3. El reunirá las familias divididas, protegerá y asistirá a las que estén en alguna necesidad y se dirijan a Él con confianza.
4. El derramará la suave unción de su Ardiente Caridad sobre todas las comunidades que lo honren y se pongan bajo su especial protección. El apartará todos los golpes de la Divina Justicia, y los devolverá a la gracia cuando hayan decaído”
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El 10 de agosto de 1689, la santa escribiendo al padre Croiset, le hablará de la misma manera, precisando sencillamente a propósito de la primera promesa, que el Corazón de Jesús será para aquellos que le estén consagrados “un asilo seguro contra todas las emboscadas de sus enemigos, pero sobre todo a la hora de la muerte asegurándoles su salvación. Así las promesas del Sagrado Corazón se reducen a 4 gracias:
LA SALVACION PARA LAS PERSONAS ENTREGADAS Y CONSAGRADAS A SU CORAZON, BENDICIONES PARTICULARES PARA LOS LUGARES DONDE SEA EXPUESTA Y VENERADA SU IMAGEN, LA UNION Y LA PROTECCION DE LAS FAMILIAS DIVIDIDAS QUE SE PONGAN BAJO SU PROTECCION, LA CARIDAD EN LAS COMUNIDADES QUE LO HONREN Y LES DEVUELVE LA GRACIA CUANDO HAYAN DECAÍDO DE SU FERVOR.
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El 10 de agosto de 1689, la santa escribiendo al padre Croiset, le hablará de la misma manera, precisando sencillamente a propósito de la primera promesa, que el Corazón de Jesús será para aquellos que le estén consagrados “un asilo seguro contra todas las emboscadas de sus enemigos, pero sobre todo a la hora de la muerte asegurándoles su salvación. Así las promesas del Sagrado Corazón se reducen a 4 gracias:
LA SALVACION PARA LAS PERSONAS ENTREGADAS Y CONSAGRADAS A SU CORAZON, BENDICIONES PARTICULARES PARA LOS LUGARES DONDE SEA EXPUESTA Y VENERADA SU IMAGEN, LA UNION Y LA PROTECCION DE LAS FAMILIAS DIVIDIDAS QUE SE PONGAN BAJO SU PROTECCION, LA CARIDAD EN LAS COMUNIDADES QUE LO HONREN Y LES DEVUELVE LA GRACIA CUANDO HAYAN DECAÍDO DE SU FERVOR.
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Estamos lejos de esas fórmulas cortas propagadas bajo el nombre de “doce promesas”. Estos textos seguramente han podido ser inspirados de ciertos pasajes en los escritos de Margarita María, sin por otra parte respetar la expresión, con contrasentidos notorios (“se dice por ejemplo, “almas tibias” aquellos que la santa llama “los miserables que tienden a la perfección”) pero es un abuso manifiesto pretender que estas frases fáciles de retener, son “promesas del Sagrado Corazón, y aún más presentar las gracias que anuncian sin que concuerden con las condiciones exigidas para recibirlas. Es verdad que Dios da generosamente por encima de lo que podemos desear y esperar, pero no sin poner las cláusulas que hay que respetar, si queremos beneficiarnos de estas gracias. Sus promesas “ilusionan el corazón”, como diría San Francisco de Sales, pero ellas no dispensan de ninguna manera del camino estrecho, absolutamente necesario “para entrar en la vida eterna”.
Sobre la montaña cuando Cristo proclamó sus bienaventuranzas, El indicó los renunciamientos indispensables para alcanzarlas. De la misma manera en Paray serie desfigurar los avances de amor del Corazón de Jesús a los hombres, el no señalar las obligaciones mucho menos cómodas de lo que se las imagina. En efecto la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, si ella facilita la salvación, no dispensa ni la penitencia, ni la obediencia a los mandamientos de Cristo; muy al contrario: es la contemplación de la Caridad infinita del Redentor, que facilita la correspondencia del amor que Dios espera de los hombres y no simplemente PRACTICAS COMODAS QUE NO COMPROMETEN A LAS ALMAS A SALIR DEL PECADO O DE LA MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL. La benignidad y paciencia Divinas, no tienen nada que ver con lo bonachón. El Señor quiere sacar a los pecadores del abismo de la perdición, arrancándolos a Satanás y colocarlos bajo el imperio de su amor, pero El pide LA CONVERSIÓN, LA RENOVACION DEL CORAZON Y DON COMPLETO DE SI MISMO. En Paray, Cristo manifiesta su Voluntad salvífica, pero para ejercerla es preciso plegarse a las condiciones de la salvación que son LA FE Y EL AMOR, ABRIÉNDOSE A LA SANTIDAD.
LA Gran Promesa
De la misma manera es preciso entender la “Gran Promesa”. Margarita María nos la hace conocer en una carta a la Madre de Saumaise en 1668. “Un día viernes le escribe ella, durante la santa comunión, Él dijo estas palabras a su indigna esclava, si ella no se engaña: “Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi Amor Todopoderoso que concederá a todos aquellos que comulguen los nueve primeros viernes del mes seguidos, la gracia de la penitencia final, no morirán en mi desgracia, y sin recibir los sacramentos, mi Divino Corazón será su asilo seguro en el último momento”Esta promesa ha sido la más seguida por todos, haciéndose más popular la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. En realidad no hace sino tomar la misma palabra de Jesús en el evangelio: “Aquel que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la vida eterna”. Cristo no ha fijado el número de comuniones que debemos hacer: “la Gran Promesa” de Paray no hace sino precisar la promesa evangélica “Nueves primeros viernes del mes seguidos” lo que supone un amor y perseverancia meritorias. La perseverancia final enseña el Concilio de Trento, no puede ser objeto de una infalible y absoluta certidumbre: podemos, al menos, adquiriruna certidumbre moral, que da confianza a nuestra alma y favorece nuestro celo en el servicio de Dios.
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Es de esta manera que es preciso considerar la “gran promesa” y no como un medio mágico y automático de salvación. Porque cuantas almas habrán tenido la generosidad de agradar a Dios, y plegarse a la práctica de los nueve primeros viernes, el Señor se los tendrá en cuenta. Él les concederá en el momento de la muerte, la gracia del supremo arrepentimiento y la de recibir “sus sacramentos”, es decir no “los” sacramentos recibidos exteriormente de penitencia y Eucaristía, sino los medios adaptados a cada alma para morir en gracia de Dios: aún será preciso que ella sea acogida por cada uno con toda libertad. La “Gran promesa” como los otros hechos de Paray son una revelación privada y por lo tanto no son objeto de fe. Por consiguiente, se puede no admitirlas; pero es importante abstenernos de criticar las intenciones divinas, cuando el Salvador quiere hacer beneficiar a las almas de “la excesiva misericordia de su Corazón.” ¿En la parábola de los obreros de la viña, no vemos al dueño de la viña dar a las trabajadores de la última hora, el mismo salario que a los de la mañana, y declarar a los que protestaban contra esta generosidad inesperada: “No me está permitido hacer lo que yo quiero de lo mío, o es que tu ojo sea malo, porque yo soy bueno?” Ciertamente no se trata pues de hacer de los “nueve primeros viernes” una práctica supersticiosa e interesada sino que es igualmente indispensable saber considerar la liberalidad divina y ayudar a las almas a sacar provecho de ello. Todos aquellos que son “pastores según el Corazón de Dios” lo han comprendido bien.